sábado, 15 de septiembre de 2012

REFLEXIONES DESDE EL SUR



El fin de la historia.

Desde que en 1992 Francis Fukuyama escribiera la obra titulada “El fin de la historia y el último hombre”, mucho ha llovido sobre nuestras cabezas.

Pero efectivamente, Fukuyama tenía razón. La lucha entre las ideologías acabó, venció el diálogo y la resolución política y diplomática de los conflictos en el mundo.

Bajo el buen gobierno del modelo triunfador ya no habría eventos históricos catastróficos, revoluciones, guerras ideológicas… baja el buen gobierno del modelo que inevitablemente ganó por ser el mejor, el más eficiente, bajo ese modelo, ya no habría más historia que contar.

Y en efecto. La historia de Europa desde finales de la Segunda Guerra Mundial lo atestigua. Con la caída del Muro de Berlín cayó también todo el anacronismo de un dogma estancado en su pasado glorioso. Con la caída del Muro de Berlín ya no habría que temer el retroceso de los intolerantes, de esos pobres desgraciados que no se daban cuenta de que otro mundo, libre, conectado, rico, desarrollado, era posible.

Ahí está, traspasándonos como individuos. El fin de la historia no es algo externo. Es algo muy nuestro. Dentro de cada cabeza y cada sentimiento. Dentro de cada valor y cada decisión.

Bajo el prisma inconsciente y colectivo de esta macabra filosofía, hemos desarrollado generaciones de ciudadanos y ciudadanas, modelos y formas de vida, industrias culturales, partidos políticos, (in)cultura política.

Bajo este prisma inconsciente somos sociedades perfectamente receptivas a las coyunturas económico-político-ideológicas del exterior.

Porque cualquier tiempo pasado fue peor, la realidad nunca había sido más histórica que ahora.

El alcance de los procesos políticos y económicos llevados a cabo en Europa durante estos últimos años se nos escapa (en una mezcla de no querer pensar y no llegar a imaginar), precisamente porque en nuestra mente está tan imbricada y tan profundamente asentada la idea de “Europa” de “progreso” de “ciudadanía”, que no somos conscientes de que ya sabemos como acaba esto, porque ya ha pasado.

La historia es cíclica, y el poder tiende a concentrarse. Europa está viviendo su inevitable etapa de “Ajustes Estructurales”. No es nada nuevo, lo aplaudíamos cuando no era en nuestra región del mundo.
América Latina y África ya sufrieron este inevitable devenir en los años 80.
Recordemos cómo eran esas regiones antes de esto y cómo han quedado después, pero… espera, ¿puedes recordar cómo eran antes? ¿Cuántas referencias tenemos sobre estos países que no se relacionen con: pobreza, subdesarrollo, turismo y guerras?

Hacernos sentir que la realidad es producto de su propio contexto en lugar de entender cuáles son los procesos históricos, económicos y culturales que generan esa realidad es otra de las estrategias de “El Fin de la Historia”.

Sin comprender su verdadero alcance, ciudadanos y ciudadanas de toda Europa se quejan y lamentan por la situación. Muchos y muchas ya lo están sintiendo muy en sus carnes, muy en la boca, muy en sus hijos e hijas.

Despertar de un letargo tan largo es complicado. Despertar de nuestros espejismos de riqueza y desarrollo es confuso. Darnos cuenta del verdadero alcance de nuestro momento histórico es todo un reto.

Las protestas, las manifestaciones, las revueltas, todas son una lucha interna, dentro de cada persona, una lucha entre la normalidad y el caos.

Yo quiero permanecer dentro. Quiero permanecer en mi realidad en la que las revoluciones son cosas de las películas (curiosamente si quieres un Goya tiene que hablar de la Guerra Civil), de los libros de historia, son recuerdos de los abuelos.

Pero no es cuestión de querer, es cuestión de ser.
Nuestra conformación como sujetos políticos es patológica, anacrónica, cobarde. Nuestra conformación como sujetos políticos nos inserta en el marco irreal de la democracia, la libertad, el bienestar económico y físico. Pero esa conformación no es real. Es dual.

¿Cuál es el coste de oportunidad de la movilización?
¿Qué nos jugamos realmente en las manifestaciones?
¿Cuál es nuestra estrategia? ¿Tenemos una?

Despertar no es suficiente. Se necesita articulación, constancia, planificación.

El poder es un instrumento que debemos aprender a manejar.

sábado, 8 de septiembre de 2012

PALESTINA: Trae un pañuelo.


     Nos vemos a las 11 en la gasolinera. ¡Trae un pañuelo!
     ¿De qué tipo?
     Para taparte la cara

Bil’in es uno de los pueblos que quedó dividido por el Muro del Apartheid. Dos tercios de sus tierras, principalmente de cultivo, fueron anexionadas a Israel, de forma que los palestinos y palestinas no podían acceder a ellas.

Bil’in ha sido también uno de los pueblos más activos en la lucha contra el muro, con un comité popular y varios grupos de activistas (principalmente los israelíes Anarquistas contra el muro) organizando la resistencia. Tras un largo proceso judicial, hace un año que el pueblo consiguió una victoria contra Israel en los tribunales y el muro fue desplazado aproximadamente 1 kilómetro hacia atrás, rodeando de cerca un asentamiento israelí de tamaño considerable, con algunos chalets y nuevos edificios de pisos en construcción. Aún anexiona un tercio de las tierras del pueblo.

Desde hace años, todos los viernes hay manifestaciones que salen del centro del pueblo y tratan de llegar al muro (o la alambrada de espino que hay delante). A estas manifestaciones acude gente del pueblo, pero también activistas palestinxs, israelís e internacionales. Cuando llegamos, un grupito de unos 20 internacionales nos reunimos en una casa del pueblo, donde un activista de Anarquistas contra el muro nos explicó brevemente la historia del pueblo y su resistencia, el tipo de armamento utilizado por los soldados contra los manifestantes pacíficos y qué hacer al respecto.

La munición utilizada por el ejército de Israel contra los manifestantes consiste en:
Granadas de gas lacrimógeno: suelen lanzarlas en ráfagas. Es importante estar atentas a dónde van a caer para evitar por todos los medios que nos golpeen en la cabeza, y además correr y alejarse para que el gas nos afecte lo menos posible. Si nos llega el gas, hay que taparse la boca y la nariz con un pañuelo, tratar de respirar lo menos posible y salir de la nube de humo cuanto antes. No debemos correr, pues podemos marearnos, tropezarnos y caer al suelo. Tampoco debemos frotarnos la cara ni los ojos. En el peor de los casos, podemos sentirnos mareados y vomitar. El activista nos recordó que por muy estresante que pueda ser la sensación de asfixia y escozor, siempre debemos recordar que en unos pocos minutos habrá terminado. Respirar algo con olor fuerte, como una cebolla, colonia o una toallita de alcohol puede ayudar.

Bombas de sonido: no hacen daño, a no ser que te golpeen al caer. Sólo hacen ruido y sirven para asustar y dispersar a lxs manifestantes. Si una de ellas cae cerca de ti, date la vuelta y tápate los oídos.

Cañones de aguas fétidas: cañones instalados en cisternas blindadas que arrojan una mezcla de agua fétida a unos 50 metros de distancia. El líquido tiene una composición química desconocida, y su olor es prácticamente imposible de quitar del cuerpo y la ropa durante días. Lxs palestinxs la llaman “hara” (mierda).

Bolas de goma: la legislación exige a los soldados lanzarlas a una distancia determinada y por debajo de la cintura. En caso de respetarla, este tipo de munición sólo causará moratones. En numerosas ocasiones los soldados disparan desde distancias cortas y por encima de la cintura. En estos casos las bolas pueden ser muy peligrosas. Este tipo de munición es el único que no nos dispararon hoy.

Varios soldados apostados en plataformas justo detrás del muro nos dispararon granadas de gas lacrimógeno, arrojaron varias bombas de sonido y agua fétida (Ver vídeo). Mientras los manifestantes nos dispersábamos por la colina tratando de controlar dónde caía la munición para correr en sentido contrario, un grupo de jóvenes del pueblo tiraban piedras contra el muro con tirachinas y hondas. Los soldados atacaron apenas dos minutos después de comenzar la manifestación, por lo que la mayoría no pudimos ni siquiera acercarnos a la alambrada.